Mi bebé perdido

Mi prueba de embarazo positiva, tomada corriendo antes de salir al aeropuerto para viajar Bangkok a Chiang Rai, a inicios de la expansión mundial de la Covid-19, el 21 de febrero de 2020.

A la memoria de mi querido hijo que no pude conocer. Dedicado también a quienes han vivido esta tristeza de la que tan poco se habla.

Bebé que se disuelve

La mujer que ha perdido un bebé sabe el pánico de ver sangre cayendo de a poquito.  El pánico de llamar a médicos y de ir a hospitales. De ver el rostro de angustia de la doctora que te hace la ecografía. Su incomodidad, pues se le nota muy humana, de contarte que el bebé no tiene latido. Que no ha crecido y que se ha desprendido. La desolación. El corazón que se quiebra en mil pedazos. La asfixia del dolor que se manifiesta en llanto descontrolado. ¿Tu bebé ha muerto?

Aborto diferido, o algo así. La doctora habla a lo lejos de opciones de limpiarme el útero. Que ha muerto de a poquito. Que saldrá como una menstruación fuerte si optamos por lo natural. Que ese corazón pujante de la primera consulta ya no latirá nunca más.

Obviamente escojo la natural, pues tal vez hay un error y todavía vive. No cabe apresurar nada.

Pero insisten. Parece un hecho. Se va a ir. De a poquito. En pedazos. Ya en la casa todo empieza. El flujo intenso. Da miedo ver las toallas. Pero igual, le busco entre los coágulos. O le busco en la sangre del baño. Veo cosas no habituales. Pienso en “sacos gestacionales” y demás nombres técnicos que se supone se eliminarán. Lo que albergaba a mi bebé antes de que venga al mundo.

Ir al baño es una tortura cada vez, porque sientes que se va de a poco. A la madrugada empieza el dolor intenso y el sangrado más fuerte. El baño se tiñe de rojo. Mi cuerpo se parte en dos del dolor y mi alma en mil pedazos.

Me hizo tan feliz su corta vida. 11 semanas. Son muchos días de ilusión desbordante. Hoy debo entender que no estaba listo para este mundo y debe ir a la luz. Me daba miedo traerlo en medio de una pandemia y una situación económica incierta. Igual pensaba que todo iba a estar bien para cuando llegara. Lo quería con tantas fuerzas. Lo soñaba entre mis brazos. Me hizo tan feliz esos días que estuvo conmigo, por eso amaré siempre a mi bebé.

Consulta de revisión

Su útero está limpio. Ha salido ya el saco gestacional. Es buena noticia. No hay que intervenir ni medicar. Enhorabuena.

Llanto ahogado

Tratas de disimular el sufrimiento para que no te vean llorar, tu esposo y sobretodo tu hija, encerrados en casa en plena en cuarentena. Ella tiene nueve años. Es tan hermosa y sensible. Trata de animarme aunque ella misma sufre por el hermanito perdido. Estaba muy feliz. Hermanita. Ella la pensaba como niña. Yo, como niño.

Mi bebé. Soñé con un bebé flaquito en brazos. Mientras íbamos en un auto, yo lo cargaba. Adelante estaba mi abuelita que falleció hace poco. Ella estaba dormida. Iba junto a mi papá. Él le acariciaba la cabeza blanquita y ella sonreía dormida. Sabía que estaba muerta. Me daba ternura y paz verla sonreír. Sin embargo, me preocupaba el bebé flaquito. No sube de peso, pensaba en el sueño. Tal vez es verdad lo que dicen los doctores. Tal vez estaba enfermo y no creció por eso. Asuntos cromosómicos. Así dicen.

A veces quiero hablar de todas las cosas que me parten el alma y que me aplastan el pecho. Todos estos pensamientos. Pero a pesar de que sea cuarentena mi esposo trabaja aún más que nunca. Se encierra y habla con millones de empresarios para resolver sus problemas. El mundo se cae a pedazos. Mi mundo interno incluido, después de la muerte de mi hijo. ¿Cómo puede encerrarse en sus problemas de trabajo?

Hablamos de superficialidades pero no me pregunta cómo me siento. Cómo llevo el dolor. Qué tengo en mi corazón. Contarle lo que siento, a veces, me resulta absurdo porque no responde nada. Ohhh, mi vida. Eso. ¿Un oh solidario? ¿Un oh comparido?¿Qué es ohhhh? ¿Cómo está él? ¿Le dolió esto? ¿Siente alivio de la muerte del hijo que no quería tener? ¿Fingió estar feliz e ilusionado? ¿Le da igual? ¿Es un robot?

Mis amigos dicen que las personas llevan el dolor de forma distinta. Así debe de ser.

Yo también tratado de ocuparme. Tengo trabajo además de la obligación de avanzar en una estúpida tesis de maestría. Trato de ocuparme pero no olvidarme todo el tiempo de mi tristeza. Mi esposo ya se olvidó la suya e ignora la mía. O eso creo. ¿Me victimizo? Tal vez. Soledad y desolación. Dice que trata de no pensar en eso y me deja sola. Sola con mi tristeza. Con este dolor que debo ahogarlo para que mi hija no me vea. Si no tendría que ayudarle en sus deberes del supuesto “aprendizaje en línea”, yo pasaría acostada en la cama y no me levantaría más.

Los blogs de la APP que seguía mi embarazo, recomiendan maneras de sobrellevar la aflicción. Al menos me reconforta que hay otras personas que sufren lo que yo sufro. Parece que muchas. Es más común de lo que se sabe, pero claro, como es «asunto de mujeres» nadie lo habla. Como mucho de lo que debemos afrontar como mujeres, lo hacemos solas y calladas.

Viernes otra vez

Hoy es viernes, hace una semana hice yoga en la mañana. Me esforcé. En la tarde empecé a sangrar. Pensé que me excedí en el ejercicio. Luego me enteré con el eco que el bebé ya no había estado creciendo. Eso no lo sabía. Hace una semana estaba embarazada y llena de ilusión. Hoy mi vida está vacía y sin mucha perspectiva. ¿Seguir como antes? Al diablo los planes y la ilusión. Ahora me trago el llanto para que mi hija de 9 años no se asuste. Una noche sollozaba tanto que la desperté cerca de la media noche. Ella me consuela. Me da pena verle preocupada por mí. No le corresponde cuidarme y estar angustiada, sobretodo porque ella también sufrió la pérdida del hermanito que tanto quiso siempre. Me pongo la mejor careta posible para sonreír. Pero me duele el pecho. Creo que debo medicarme otra vez.

Mi embarazo en Asia

Me embaracé sin planificarlo pero me hizo muy feliz. Me enteré en medio de un viaje que tenía planificado con varios meses de anticipación. Pensé, porque uno se culpa, que fue el trajín del recorrido o las aventuras a las que me pude haber sometido. Hablando con otras mujeres y leyendo sobre el tema, pensé que pudo haber sido eso posible, pero también hay niños que nacen en condiciones increíblemente adversas. Sencillamente, debo dejar de culparme y aceptar el destino de esa maravillosa vidita que duró tan poco pero que me dio tanta felicidad.

Yo, en Chiang Mai, con un embarazo de pocas semanas.

Mi esposo 

Le amo. Me ama. Soy muy feliz con él. Sobrellevar la tristeza no es fácil. Él lloró conmigo. Me cuidó. No nos podemos comunicar tan bien cuando hay crisis. Es de pocas palabras. Pero me cuida. Han pasado ya varios meses. Sigo triste, pero cada vez menos. Al escribir esto, se me sigue encogiendo el pecho.

La imposibilidad

Yo ya soy madre. Siempre me pareció curiosa esa obstinación de la gente que se somete a muchos tratamientos para concebir y no lo logra. Este embarazo no fue planificado pero una vez conocida la noticia, me llenó de ilusión porque es algo que quería y rondaba en mi corazón desde hace mucho tiempo. Todavía. No imagino el dolor de la gente que desea un hijo y este no llega. O se pierden varios de forma reiterada. La maternidad deseada y truncada es triste. Aparte del dolor físico que se supera pronto, viene el más grave. El corazón roto. Ahora lo entiendo más. Mi solidaridad.